De una forma u otra, el emprendedor persigue el éxito. Pero el éxito no es una métrica universal. Es en realidad uno de los términos que más confusión y problemas causan al emprendedor y a su entorno a lo largo de su andadura.
Un día mi hijo pequeño me pidió ayuda para preparar limonada. Afirmaba que iba a venderla a los vecinos. Sorprendido por su iniciativa, le puse los medios necesarios para llevar a cabo su proyecto. Compramos vasos de plástico - unos pequeños para ofrecer una degustación gratuita y otros mas grandes para vender el producto - limones, azúcar y unos hermosos bidones transparentes con un pequeño grifo plateado para mezclar y servir la limonada. De casualidad, encontré cerca del contenedor de la basura una de esas pizarras-trípode para niños, de la que alguien se había desprendido, posiblemente al haberse hecho su hijo ya mayor. Estaba en un estado fantástico y con un poco de limpieza se transformó en el cartel publicitario y el mostrador para cobrar a los clientes. Con su encanto natural, el niño ofreció limonada a los vecinos, que no dudaron en pagarle los 20 céntimos que pedía por el vaso de refresco. Al cabo de unas horas, toda la limonada estaba vendida y todo el mundo era feliz: se había creado valor y todos consideramos que la iniciativa había sido un éxito. Pero todos lo vivimos con perspectivas bien diferentes. El pequeño emprendedor estaba feliz porque había movido a un montón de adultos y había recaudado un puñado de euros, una fortuna para un chaval de 7 años. Yo estaba contento por su iniciativa y por ver cómo había superado la vergüenza de acercarse a cada una de las personas de la piscina para venderles algo, y había recibido un estímulo positivo de esta experiencia social. Los vecinos, además de haberse refrescado con la limonada, se alegraron mucho porque alguien rompiera la rutina del ocioso verano, y más siendo a través de un niño monísimo jugando a ser mayor. Pero si hubiese revisado la iniciativa con un financiero, ¡este se habría llevado las manos a la cabeza! Al comprar los limones y el azucar en una tienda, los costes de los materiales ya estaban a la par con los ingresos antes de computar el tiempo dedicado a la compra, a la preparación de la infraestructura, a la elaboración del producto y a los esfuerzos de la venta, por no hablar de la amortización de los activos: los bidones y la pizarra.
No existe el éxito absoluto, pero si la sensación de éxito es compartida por todos los stakeholders del proyecto de emprendimiento, el emprendedor triunfó. No importa lo que digan otros desde fuera.
En la vida adulta sucede lo mismo. Hay quien emprende para aprender, para sobrevivir, para ensalzar su ego, para presumir de guay, para experimentar con algo nuevo, para cambiar el mundo, por despecho o para forrarse. Los motivos son variados y pueden ser causa de confusión y de conflictos entre todos los que acaban involucrándose en una iniciativa de emprendimiento: los stakeholders! Y ojo, que stakeholders hay muchos y muy importantes para el emprendedor. Están su entorno personal, a menudo la familia, pareja y amigos, los inversores, sean de la naturaleza que sean, el resto de socios, los empleados, los medios de comunicación, el estado, los proveedores y por supuesto, no olvidemos los clientes que depositan en la marca su confianza. Pensar que no se preocupan del éxito de la empresa es una ilusión. Lo hacen. Y tendrán problemas en entenderse con el emprendedor si éste considera que su empresa es un éxito cuando ellos no lo ven así, y viceversa.
El éxito de una empresa es un equilibrio de fuerzas que se combinan para crear valor. Cuanto más madura sea una empresa, mejor soportará variaciones de dichas fuerzas (sentido e intensidad) para seguir creando valor. Por contra, cuando una empresa es inmadura, cualquier cambio en el equilibrio de dichas fuerzas puede echar al traste todo el montaje. Los desafíos de la empresa naciente van a causar en algún momento, e inevitablemente, inestabilidad en dichas fuerzas. Dudas, cambios de necesidades, problemas de liquidez, cambios regulatorios, de tendencias de mercado, las causas son innumerables… Pero todos comprendemos que la pareja del emprendedor puede inquietarse por la falta de ingresos, que el inversor financiero puede dudar de mantener su apoyo a la empresa por resultados financieros desviados de las previsiones que se le prometieron y que a menudo tardan en materializarse, los empleados pueden decidir buscarse otras salidas profesionales si el empresario no entendió bien sus expectativas culturales, etc.
Por eso la primera labor del emprendedor - insisto en representarlo como un individuo, por simplicidad, pero puede ser un pequeño colectivo - tiene que ser la de identificar y comunicar correctamente los intereses de todas las partes y alinearlas con su particular visión de éxito. Ser flexible y poliédrico puede ser una gran ventaja para el emprendedor en ese sentido. Ser rígido y singleminded será una desventaja en el sentido de que el emprendedor dispondrá de menos opciones con las que componer un puzle sostenible de stakeholders, pero a cambio comunicará con facilidad un foco muy potente; una cualidad emprendedora también altamente valorada. En el justo medio está la virtud del emprendedor.
Last but not least, es importante mencionar la importancia de que un emprendedor se asegure de que su definición de éxito empresarial esté alineado con sus valores personales. Muchos emprendedores de éxito son auténticos toros, expertos en ejecutar la misión que se han encomendado. Pero aquellos que acaban recayendo en la cuenta de que lo que van consiguiendo les aleja de lo que realmente anhelan - deseos que habían ignorado persiguiendo sueños de otros - acaban suponiendo un problema para la empresa y para ellos mismos. Algunos llegan a enfermar y muchos acaban en situaciones complejas y costosas de desenmarañar. Se puede por supuesto, y por un tiempo, vivir sin un buen alineamiento a este nivel, pero la labor de emprender suele ser absorbente, exigente y prolongada en el tiempo. Sostener un esfuerzo considerable no es tarea baladí cuando se cuartean las convicciones del emprendedor, por lo que este dilema no debe ignorarse.
Mi consejo es pues reservarse explícitamente un tiempo para comprender qué es para cada cual el éxito de una determinada empresa. Entender cómo se percibe y cómo se alinean entre los stakholders de una empresa los diferentes intereses es una tarea ineludible para el emprendedor. Ojo, no es una actividad puntual, ya que estos intereses suelen evolucionar con el tiempo. No es necesario que todos tengan las mismas expectativas, pero sí es imprescindible que todas ellas sean compatibles entre sí. Es labor del emprendedor asegurarse de que así sea… y siga siendo.
En la imagen de arriba observamos a un Yves Saint Laurent maduro y firmemente asentado en la cumbre de su éxito profesional, proyectando incluso una imagen idealizada - aunque en su caso algo equívoca - de un emprendedor realizado y rodeado de algunas de las mujeres más bellas y sofisticadas de su época. Hoy en día, la marca Yves Saint Laurent está valorada en más de 4.400 millones de euros. Sin embargo su historia merece conocerse para entender los extraños caminos que pueden tomar los que reconocemos como emprendedores. Saint Laurent fue ante todo un empleado de Dior, que emprendió por despecho y necesidad tras ser despedido. El principal objetivo de Yves Saint Laurent fue siempre al parecer ser famoso, a causa del acoso escolar que sufrió en su infancia. Pero el modista genial lo era en muchos aspectos de su vida, y se fabricó un traje a medida para conservar y ampliar la fama que siempre anheló. Se rodeó y cuidó de stakeholders clave: su fiel y discreto socio Pierre Bergé al cual proporcionó amor y fortuna, una prensa a la que proyectó su aura de genialidad asumiendo un papel de icono de la industria gala de la moda, y por supuesto sus clientas, a las que empoderó con diseños de alta costura con influencias de arte contemporáneo, consumibles a través de un pret à porter disruptivo para una firma de alta costura en aquel momento. No siendo él mismo un consumidor de los productos de su creación ni un emprendedor vocacional, Saint Laurent ilustra como pocos la eficacia de encontrar un nicho en el que satisfacer los deseos de sus stakeholders para alcanzar objetivos propios. Hablamos de emprender como un medio, no como un fin…
La pregunta es obligada ¿Tienes claro la clase de sastre que quieres ser?