Emprender suele ser un acto de valentía y/o de desesperación. Y habrá muchas otras formas de sintetizarlo, pero lo que sin duda es - por definición - es el acto de concretar una idea a través de la dedicación personal.
Hoy en día se asume comunmente la acepción de emprendimiento como un medio para cambiar el mundo y/o amasar una gran fortuna, pero no hay que olvidar que para muchos otros es simplemente vivir acorde a sus propios anhelos y/o posibilidades.
A lo largo de la historia reciente, la visión social al respecto del emprendedor ha variado notablemente, cubriendo un espectro que abarca la desesperación hidalguesca hasta la fría codicia explotadora. Hoy en día el emprendimiento está mejor visto: las grandes empresas están abiertas al concepto de innovación abierta, dejando que el riesgo y el coste de la experimentación se traslade a las manos del colectivo emprendedor, con la experiencia de que resulta más efectivo a posteriori copiar o comprar la empresa de éxito que abordar el coste y el riesgo del proceso de selección que discrimina entre todas las iniciativas arrancadas. En materia de predicción de qué iniciativa emprendedora tendrá éxito, sigue existiendo un vacío absoluto a nivel de metodología o de modelos predictivos sobre los cuales fundamentar una decisión de emprendimiento. Ni siquiera la fuerza bruta, en forma de inyección masiva de capital, es garantía suficiente de éxito. A pesar de los avances en IA, estamos lejos aún de conocer al Hari Seldon, del emprendimiento. Y gracias a ello, queda aún cierto nivel de misterio y de romanticismo en este mundo.
En el siglo XXI, la referencia del enorme éxito de grandes emprendedores que fundaron empresas que ahora gozan de capitalizaciones cercanas al PIBs de muchos países, combinados con la democratización del acceso al conocimiento e incluso a las infraestructuras necesarias para construir soluciones (conocimiento, tecnología, financiación, rrhh, etc.) y la merma de influencia de las grandes empresas industriales en favor de los macro fondos de inversión, están invitando a los profesionales inquietos a emprender. Emprender no sólo se ha vuelto aspiracional por las bondades que proyecta su éxito en nuestra sociedad (una imagen a menudo edulcorada e idealizada), sino que a menudo se ha convertido en una de las únicas salidas posibles frente a las presiones de un mercado laboral convulso. Así pues, es ahora usual que a lo largo de su carrera toda persona en activo se plantee la pregunta de si debe o no emprender. Tanto es así, que el emprendimiento está empezando a formar parte del currículo de muchas carreras universitarias.
Pero volvamos a los básicos, emprender es concretar, materializar, llevar a la práctica. Y para hacerlo con éxito hacen falta una serie de habilidades que permitan al emprendedor acceder a los recursos necesarios y saberlos transformar. Cristóbal Colón supo hacerse con unos navíos y una tripulación para descubrir una nueva y próspera ruta comercial. Y se encontró con un nuevo continente. La labia, el reconocimiento de sus conocimientos y las circunstancias políticas y económicas le permitieron convencer a los Reyes Católicos de que les convenía proporcionarle los recursos para acometer una exploración innovadora, no exenta de enormes riesgos, pero cuyo éxito podría cambiar el destino del reino, como así fue. Además de ejecutar, el emprendedor a menudo necesita ser un avezado embaucador.
Por el contrario, el emprendedor de barra de bar no dedica su tiempo a materializar sus ideas, y por ende puede aspirar como mucho a darle palmadas a su ego cuando por fin otro emprendedor lleva a cabo y con éxito las ideas que él mismo expuso un día tomándose unas cañas con los amigos. Eso o criticar el fracaso ajeno, que siempre es más cómodo y seguro.
La diferencia entre ambos, es el compromiso con proporcionarle a la idea de emprendimiento todos los recursos que necesita para hacerse realidad.
Pasar de la idea a la ejecución supone un riesgo para todo aquel que se implique en ser emprendedor. Las posibilidades de fracaso son elevadas, pongamos que en un 85%. Hay quien se lo juega todo y quien arriega menos, pero tampoco ese nivel de riesgo personal puede considerarse un predictor de éxito. Casi nada lo es en emprendimiento. Todas las fórmulas pueden ser válidas, mientras la misión reciba los recursos necesarios (dedicación, medios, etc).
A nivel personal, emprender puede resultar arriesgado, y uno debería ser consciente de sus propios sesgos cognitivos a la hora de tomar la decisión de emprender. Fernando Trías de Bes publicó en su día un libro referente, en el cual expone con cierta crudeza las dificultades y condiciones que todo emprendedor suele tener que afrontar. Siendo honesto el lector, éste sabrá de antemano distinguir si el emprendimiento es aconsejable para su personalidad, habilidades y circunstancias. Este libro, cuya lectura por supuesto recomiendo, se titula El libro negro del emprendedor.
Trías de Bes revisa exhaustivamente las motivaciones de emprender, los socios, las ideas, el entorno familiar o las presión de las ventas como factores a tener muy claro desde el día uno. Y aunque en emprendimiento siempre se dice que no hay fórmulas pre-establecidas, creo que el libro acierta en subrayar la necesidad de verificar que estamos preparados para superar este checklist.
Ahora salto de lo personal a lo colectivo. Si hay una gran teoría científica para la ocasión, esa es la teoría de la evolución descrita en El Origen de las Especies de Charles Darwin. En ella se describe cómo la biología y su capacidad de reproducirse y de mutar permite experimentar incrementalmente nuevas forma biológicas y seleccionar las mejor adaptadas al entorno (recientemente me topé con este experimento evolutivo que lleva 30 años en curso e impresiona comprobar los beneficios del proceso en un margen temporal tan bajo a escala evolutiva!) Lo relevante de este mecanismo evolutivo, es que siendo carente de moral o de objetivo alguno, está condenado a mejorar (en términos de supervivencia y eficiencia) los organismos vivos. El principio general darwiniano resulta hasta cierto punto de aplicación para el mundo del emprendimiento. Cada nueva empresa puede considerarse como una mutación de la oferta empresarial previa, porque cada empresario suele incorporar alguna novedad con respecto a la oferta existente ya aceptada. Al igual que muta un gen, la oferta empresarial varía con el tiempo. Y su adaptación al medio - el mercado - es el indicador de éxito de su propuesta de valor y de su capacidad de ejecución. A veces una pequeña mutación puede implicar una gran revolución, y lo llamamos disrupción.
Lo importante del proceso, es constatar que todos cabalgamos a hombros de gigantes, de todos aquellos que nos precedieron y nos proporcionaron las bases sobre las cuales seguimos construyendo. Por eso quien emprende debería comprender que al hacerlo se somete a las crueles reglas de la selección natural, y que él también morirá a menos que se adapte constantemente y prevalezca para seguir creciendo y reproduciéndose. Y que si tiene éxito, seguramente todo el mérito no sea suyo. La humildad y la consciencia de que el éxito es casi siempre fruto de la fortuna y de las circunstancias favorables, suelen ser buenos indicadores de un emprendedor consciente del proceso en el que está involucrado.
¿Podemos pues responder a la pregunta de si debemos emprender o no? La respuesta cartesiana es no. También es pertinente constatar que una sociedad no necesita que todos sus miembros sean emprendedores. De hecho, cualquier empleado trabaja al final en una empresa fundada por un número limitado de emprendedores, por lo que lo natural es pensar que la probabilidad de llegar a ser un emprendedor de éxito está severamente limitada por este hecho inquebrantable. Pero nunca podremos responder a esa pregunta a título individual. Recordemos que aunque fuera ficción, la película de Forrest Gump ilustra que cualquiera puede ser un emprendedor de éxito. Forrest era un tipo con un foco infinito con el cual compensaba el resto de sus carencias. Y si algo caracteriza a un emprendedor, esa es la perseverancia y el foco en un único objetivo. A partir de ahí, todo es posible.
¡Buena suerte a todo el que lo intente, que como mínimo contará con el apoyo moral de todos aquellos que hemos decidido emprender este apasionante camino de incertidumbre y esperanza!
Yo emprendí igual que me enamoré; me pilló de improviso pero a la vez estaba preparada ( tras muchos años de experiencia , de acumular conocimientos y de observar en otros más sabios que yo cómo se hacía ) Fue lo más potente que me había pasado ; supe lo que quería en cuanto lo ví, tenía un objetivo claro y una fuerza superior a mi me arrastró . Intuía por dónde ir , qué tenía que hacer y como y a quien quería a mi lado en el camino . Diez años después, después de mucho trabajo (24/7 los primeros años) y de derrochar energía y pasión por mi proyecto , he logrado mis objetivos y me apasiona lo que hago día tras día .