Empezar un blog es una responsabilidad mayor de lo que en un principio se anticipa.
Como perfeccionista, uno puede dudar de ser capaz de aportar valor alguno a la comunidad, puede anticipar generarse más enemigos que lectores, o puede temer dejar patente que no sabe ni escribir bien. Lo prudente sería pues guardarse sus reflexiones personales para conversaciones cara a cara, en las que el contexto y nuestro conocimiento de los interlocutores nos permita juzgar qué mensajes son convenientes transmitir en cada ocasión. Pero como temerario optimista y procrastinador, un blog es una buena forma de sintetizar pensamientos, afianzar la memoria, y si algún día nos alcanza el Alzheimer, recordar quienes fuimos y qué reflexiones nos ocuparon en su día.
Lo de aportar valor a los lectores no deja de ser deseable, pero al final totalmente opcional. El cínico que vive en mi opina que nadie escucha o lee realmente, y que en cualquier caso las buenas ideas ya encuentran solitas su camino para diseminarse; y por lo general, ya suelen estar a disposición de todos para ser ignoradas. ¡Como para insistir en parecer que uno se las quiere atribuir para aliviar un ego frágil! Pero por otra parte, estoy convencido de que el cinismo jamás ha sido particularmente constructivo, mas allá de como un medio para apartar con desdén del camino lo que ya era obviamente estúpido. Olvidémoslo pues, y demos mejor voz al voluntarista que no teme lanzar ideas al viento, ya que sean buenas o malas - y si no insultan la inteligencia de nadie - puede que tampoco hagan mucho daño. Que ya es bastante.
Hecho el disclaimer inicial para que nadie se forje expectativas incorrectas sobre este blog, es de obligado cumplimiento exponer las inquietudes que en general me ocupan, y que seguramente sean fuentes de inspiración para futuras entradas. A efectos prácticos, lo que me interesa compartir en este espacio es el mundo de los negocios y del emprendimiento. Es decir, cómo mejoramos el mundo de forma tangible transformando los recursos que tenemos a nuestro alcance. Adoptando este ángulo, pretendo evitar adentrarme en exceso en discusiones apasionantes, pero que no pocas veces dejan cierta sensación de esterilidad. Me refiero a temas como la antropología, la neurología, la sociología o la física fundamental, que nos permiten comprender el mundo y la era en la que vivimos, pero que rara vez nos mueven para tomar acción alguna. Aunque sólo hablar de sesgos sea una fuente inagotable de diversión, yo personalmente carezco del maquiavelismo necesario para convertirlo en acciones prácticas para el día a día. Pero me resulta inevitable profundizar en empujar los límites de mi auto-conciencia para evidenciar - y ridiculizar quizás - la dicotomía entre lo que somos en realidad y lo que creemos que somos. Algo que suele estar en la base de la mayoría de problemas que nos ocupan cada día. ¿Puede haber algo mas satisfactorio sobre lo que reflexionar?
Por otro lado, al igual que muchos de vosotros, me tocó ser un nativo digital. Hubo generaciones anteriores a los que les tocó dominar la forja, la liturgia o la máquina de vapor para cambiar el mundo, pero como a muchos que pasaréis por este blog, a mi me tocó comprender, y hasta en cierto modo crear, el lenguaje de los ordenadores para ganarme la vida. Desde que con 11 años dedicaba tiempo a programar el mapa de USA en un IBM PC 5150 del colegio para emular al protagonista de War Games (todo un lujo que en su día seguro no se incluyó en el cálculo del ROI del colegio), la tecnología ha formado una parte significativa de mi vida, y al igual que para muchos, ha sido una frenética fuente de asombro y de ilusión.
Los que me conocen saben que cuando me expreso en castellano suelo meter la pata. Y también saben que me excuso con la misma frase: “Es que en francés se escribe así!”. Pues con el inglés me pasa un poco lo mismo. Es muy sintético y a menudo usaré anglicismos para ahorrame teclear. Ruego pues condescendencia con mi forma de escribir en lo sucesivo, que mas que escritura, es factorización.
Nos leemos…